Son lágrimas de tristeza, es verdad, pero son lágrimas esperanzadoras. Que Michael Schumacher llore es sinónimo de que su cerebro funciona. No todo lo bien que debería, pero parece que el tema de las emociones se mantiene intacto.
El llanto se produce al escuchar la voz de sus familiares, que como sabes le están apoyando día tras día en su mansión de 2.300 metros cuadrados situada en Gland, Suiza. Allí descansa el heptacampeón del mundo junto a los suyos y los médicos que le están tratando. Unos médicos que vierten opiniones de todo tipo, porque hay quienes piensan que nunca volverá a hablar y otros creen que podrá retomar una vida más o menos normal dentro de unos años. Difícil dar un pronóstico sin dudar.
Un luchador dentro y fuera de las pistas
Ha pasado un año desde que se golpeó la cabeza con una roca que estaba oculta bajo la nieve. Fue en la estación de esquí de Maribel, en Francia. Fue ingresado de urgencia en el Hospital Universitario de Grenoble con un severo traumatismo craneal que le hizo entrar en estado de coma.
Fue operado de urgencia y superó una situación crítica que nos hizo temer por su vida durante unos meses. Ahora su estado físico es más estable, pero las mejoras son muy lentas y es una incógnita saber si algún día podrá sentarse ante un televisor para disfrutar de los 91 grandes premios que logró como piloto de Fórmula 1.
Estaremos muy atentos a su evolución deseando que 2015 sea el año de su recuperación definitiva.