Los organizadores chinos han prohibido las modelos y azafatas en el Salón del Automóvil de Shanghai, que ahora en castellano tenemos que escribirlo con acento: Shanghái. También se quedan fueran de la exposición los niños. El comunicado dice que hay motivos nobles; en la cultura china, explican, lo de las jóvenes adornadas y pintadas a la occidental se considera una vulgaridad, y la exposición automovilística debería tener un barniz de cosa muy seria. Conque, de féminas, ni hablar: las únicas mujeres permitidas en el recinto son las vendedoras y directivas de las marcas de coches que tengan otra cosa en que ocuparse aparte de dejarse fotografiar.
Lo de los niños lo justifican aludiendo a la seguridad. En el aviso publicado se cuenta que se han vendido más entradas de las esperadas, y que con tanta gente en el recinto va a ser imposible velar por la integridad de los infantes. Efectivamente, yo no sé nada de lo que ocurre en la vida cotidiana en La China; dicen que allí los menudos desaparecen y les son sustraídos de las manos de sus padres en lo que se tarda en bostezar o rascarse una oreja.
Lo que siempre deja al ser humano con cara de perplejidad y de incomprensión animalesca es el conjunto de contradicciones que somos; chinos, bosquimanos, parisienses y finlandeses. Al salón no irán las modelos por guardar decoro, pero a las carreras sí.
Curiosa dualidad sobre la que no me veo en autoridad de opinar. Simplemente dejo estas paradojas por escrito, en la fe de que un antropólogo o alguien más leído en la cultura china y la etología pueda dar alguna explicación para que yo las comprenda.
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