En cualquier faceta de la vida, siempre hay personas dispuestas a superar los límites, a llegar un punto más allá que los demás, a romper barreras que parecían imposibles de doblegar. Algunos arquitectos buscan romper las leyes de la física con edificios cada vez más altos y retorcidos, los locos del aire buscaban construir cada vez aviones más novedosos y otros apasionados de los coches han querido batir desde los albores de la automoción todos los registros de velocidad punta.
La primera marca destacada registrada como «el vehículo terrestre más rápido sobre la faz de La Tierra» data del año 1898, cuando el francés Gastón de Chasseloup-Laubat alcanzó los 63.15 km/h al volante de un Jeantaud Duc, un vehículo….¡eléctrico!
Eran los tiempos de la revolución industrial y de rápidos avances mecánicos y tecnológicos. Tanto que solo 10 años después ya se había superado la barrera de los 200 km/h.
A principios del siglo XX se fueron introduciendo novedades, por ejemplo se oficializaron las marcas y se utilizaron medidores de velocidad electrónicos homologados para realizar las pruebas. A esas alturas los vehículos usados ya eran prototipos especialmente diseñados (normalmente por ingenieros a sueldo de millonarios intrépidos) para tener éxito en este cometido.
En busca de un nuevo récord
El último gran héroe en esto de los récords a bordo de vehículos terrestres, ha sido Richard Noble. Hace 30 años Noble llegó hasta los 1.020 km/h al volante del Thrust 2. Su récord estuvo vigente hasta que en 1997 Andy Green lo superó con el Thrust SSC. Pero el caso es que Richard Noble fue clave en el diseño del Thrust SSC, que no deja de ser una evolución del Thrust 2. Noble usó la experiencia acumulada durante décadas de probaturas para ayudar a que Andy Green batiera por fin su récord.
Ahora, ambos hombres buscan un reto que se antoja casi imposible. A bordo de una nueva evolución del Thrust SSC llamada BloodHound SSC buscarán batir un nuevo récord de velocidad en 2015 en Sudáfrica, un récord que perdure en el tiempo como una cifra mágica: las 1.000 millas por hora (1.609 km/h).