Tengo que reconocer que el BMW i8 es uno de los coches que más me ha sorprendido en los últimos años. Huye de toda clase de convencionalismos y se muestra con un diseño que es difícil de asociar a otros modelos de la compañía alemana. Eso es algo que no suele pasar en otras marcas, y ni siquiera en BMW, puesto que estamos acostumbrados a ver el típico lenguaje de diseño que se repite una y otra vez en un amplio catálogo formado por vehículos tan distintos entre sí como un utilitario, una berlina o un todoterreno.
Cuando vimos el BMW i8 Concept alucinamos. Nos gustó tanto que dijimos que no podía ser real, que era imposible ver un coche de producción parecido al prototipo. Meses después, BMW nos sorprendió lanzando un i8 de producción prácticamente idéntico y con todo lo necesario para maximizar el placer de conducción. Acababa de nacer un modelo único que pronto podría tener más versiones. ¿Por qué? No, no habrá un BMW i8 M, pero estoy convencido de que las empresas que se dedican al tuning le van a sacar todo el jugo posible a su carrocería.
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