Si te gustan los coches y te gusta el cine, ya tenemos un par de cosas en común. Por algún sitio se empiezan las amistades. Me he estado haciendo la pregunta de cuáles serían las películas sobre coches que todo cinéfilo debería ver.
Hay que explicar bien el concepto. ’60 Segundos’, ‘A Todo Gas’, la saga ‘Fast and Furious’, ‘Transformers’, ‘Death Race’, ‘Transporter’, ‘Taxi’ y derivados similares quedan excluidas.
Yo me las trago porque salen derrapes y accidentes y explosiones, y se ajustan a mi condición de conglomerado de células ausente de cualquier actividad neuronal. Pero si alguien es realmente aficionado al cine, no queda más que admitir que dentro de diez; quince; veinte años; nadie se acordará de ellas. Por descontado, no habrá una copia bien preservada en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, que sería una versión actual de la Biblioteca de Alejandría.
Lo que he intentado hacer es una compilación de diez títulos recomendables con fe ciega para gente que no le atraigan los coches, pero que tenga que claudicar y quitarse el sombrero porque, sean más del gusto de uno o de otro, son largometrajes que sí ocuparán un lugar en la historia del cine.
Las he organizado por fecha de estreno, así no hay discusiones.
Bullit (1968)
Steve McQueen y Jacqueline Bisset bajo las órdenes de Peter Yates. Las calles de San Francisco son el escenario de esta intriga policiaca. Un Ford Mustang G.T. 390 y un Dodge Charger R/T 440 Magnum convirtieron una persecución de coches en un símbolo.
Óscar al mejor montaje por dicha batida de automóviles y, ¿veis lo que digo? Ésta sí fue a parar al fondo de documentación de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
Las 24 de Le Mans (Le Mans, 1971)
Después de ‘Bullit’, Steve McQueen, loco como estaba por todo lo que tuviera ruedas, no podía perderse la oportunidad de encarnar el papel del héroe controvertido, el piloto Michael Delaney del equipo Porsche Gulf Team, con un modelo 917.
Lee H. Katzin dirigió la película, pero la pagó el propio McQueen. Hay que decir que el actor compaginaba esta profesión con la de corredor profesional e incluso consideró durante años dejar el cine definitivamente para centrarse sólo en las competiciones.
La minuciosidad con la que se filma y se sigue la carrera, hace que en ocasiones te preguntes si es un documental sobre el año que se celebraban las cuatro décadas de la competición en el bello circuito de La Sarthe.
Al final del filme… En fin… No quiero arruinarle a nadie el desenlace.
Mad Max (1979)
Lo del futuro postapocalíptico donde el planeta se ha ido al garete y sólo los machos sobreviven para sacar de apuros a doncellas indefensas ya se ha convertido en un género per se, dando mucho juego a títulos chuscos de Serie B que, por supuesto, también tienen su público y su culto.
George Miller dio el pistoletazo de salida al género con Mad Max, una superproducción rodada en Australia con un buen puñado de Ford Falcon de principios de los años 70 y más de 20 motocicletas, casi todas ellas Kawasaki. La guinda rock’n’roll estaba en la banda sonora compuesta por el guitarrista de Queen, Brian May.
El protagonista que pasó el casting fue un entonces desconocido Mel Gibson, y su coche, el más emblemático de todos, era otro Ford Falcon: un GT351 XB Hardtop de 1973.
Customizado con un compresor volumétrico, el viejo Ford corría como si no hubiera un mañana. De color negro noche, su nombre le daba todo su carisma, el Pursuit Special.
Cuando se estrenó en Estados Unidos, los distribuidores decidieron doblar la película creyendo que el público es idiota y no iba a entender el acento australiano.
Días de trueno (Days of Thunder 1990)
Dirección de Tony Scott y música de Hans Zimmer. Tom Cruise como el díscolo piloto Cole Trickle. Nicole Kidman antes de las cirugías estéticas, cuando aún se parecía a Nicole Kidman.
Y Robert Duvall de mecánico. La escena de Duvall en la penumbra del taller, antes de montar el gran bólido de la NASCAR, hablándole al chasis del coche como si se estuviera dirigiendo a un ser vivo, con ese sentimiento… Uno de los soliloquios para lágrimas hollywoodienses mejor pergeñados.
Película ninguneada por muchos, como se ninguneó siempre a Tony Scott, porque pasó su vida eclipsado por la sombra de su hermano mayor, Ridley Scott. Y ya se sabe, cuando Tony saltó de un puente en el verano del 2012, entonces se empezó a decir que en la familia quien tenía talento era él, y no Ridley. Un debate estéril cuando alguien ya ha estirado la pata. Pero ahí nos dejó ‘Days of Thunder’ y tantísimas otras como ‘True Romance’ (Amor a Quemarropa en España).
Ronin (1998)
El director John Frankehnmeimer empezó en 1959 a hacer películas. En 1966 rodó ‘Grand Prix’, documental que en general la crítica postula como una de las mejores filmaciones sobre la Formula 1. Tal vez debiera ser ‘Grand Prix’ la que constara en esta lista en lugar de ‘Ronin’. Pero he elegido ‘Ronin’ porque fue su esplendorosa manera de poner punto y final a su carrera como cineasta. Aunque aún está vivo y coleando…
Natascha McElhone, Robert De Niro y Jean Reno en un thriller policíaco ortodoxo, incluido el Macguffin estilo Hitchcock en forma de maletín que todo el mundo persigue y nadie sabe lo que hay dentro.
Dos cacerías de coches que todo estudiante de cine debería analizar, pero para mí el broche lo pone la que transcurre dentro de París. Fiel a la concepción de Frankehnmeimer; hiperrealismo carente de cualquier espectacularidad digital. En la pantalla del cine, este acoso suicida te inducía a un estado espídico.
No necesitó más que un Peugeot 406, un BMW serie 3 E30 (el de la segunda generación), y algún Citroën ZX de la policía. Claro que con el tiempo las cosas se envejecen y los ojos se acostumbran a otras imágenes más voluptuosas, y verlo en Youtube da más vergüenza ajena que ‘El Equipo A’… Pero ahí la dejo, para que me critiquéis.
The Italian Job
Remake de una película homónima de 1969 donde la estrella era Michael Caine. Las adaptaciones de películas clásicas acostumbran a molestar en desmesura a los enamorados de las salas de proyección. Pero con esta me atrevería a decir que no es el caso.
Mark Wahlbert y Charlize Theron son las figuras erotizantes del guión. El neoyorquino Felix Gary Gray la dirigió con tino y pulso firme. No en vano ha rodado otros grandes blockbusters que tienen algo más que una cara guapa en el argumento: ‘Un Ciudadano Ejemplar’ (Law Abiding Citizen) y ‘El Negociador’ (The Negotiator) son dos ejemplos.
En The Italian Job, la trama de una estafa gamberra de guante blanco y los MINI yendo de un lado para otro bastan para tenerte sentado un par de horas y comerte nueve kilos de palomitas sin enterarte.
Gran torino (2008)
Clint Eastwood removiendo el lado humano de Harry el Sucio veinticinco años después.
Walt Kowalski, viudo y derrengado, asqueado de su familia de estultos, veterano de la Guerra de Corea y atado toda su vida a una cadena de montaje en una fábrica de Ford.
Reflexiona sobre la senectud, la xenofobia y la inmigración. En un drama de tres actos clásico de Shakespeare, por narices el personaje se redime con el gesto más bello: entregar su alma por otra persona. ¿Qué alma?
No nos vayamos a poner en plan snob analizando obsesiones freudianas, porque aquí la metáfora es más simple que una acelga: un Ford Gran Torino de 1972, que ya era ilustre en las pantallas de aquella década en la que se fabricaba por la serie ‘Starsky y Hutch.’
Senna (2010)
Asif Kapadia, un joven inglés de orígenes hindúes, arrasó en el festival de Sundance con este exhaustivo documental sobre la vida de Ayrton Senna. El peso y la densidad de esta obra de arte no recae en ninguna virtuosidad con la cámara, puesto que gran parte del material son imágenes de archivo y retransmisiones televisivas añejas.
Su magnificencia está en la inmersión en el mundo que rodeaba a Ayrton Senna. Su espiritualidad y el dilema de amar las carreras pero odiar el circo Ecclestone. La herida que se queda abierta al final es para Alain Prost.
Drive (2011)
Ryan Gosling y Carey Mulligan protagonizan la arquetípica trama de un amor imposible contada por el director Nicolas Winding Refn. El guión, el peso de unos coches tan psicoanalíticamente escogidos, la violencia desnuda, la catarsis de la escena del ascensor, la música.
Es tan perfecta que produce Síndrome de Stendhal y no todo el mundo se repone fácilmente después de verla. A mí me llevó días dejar de pensar en ella.
Rush (2013)
Tan reciente y con tantos premios que aún titila dentro de nuestras pupilas. Otra historia de dos antagonistas como Senna y Prost, pero esta vez con todos los fuegos artificiales de Hollywood y del director Ron Howard, un tipo acostumbrado a las elefantiásicas producciones americanas y que ya tiene algún Óscar en el bolsillo como el de ‘A Beautiful Mind’ (aquí, por una vez en la vida, la tradujeron literalmente como “Una Mente Maravillosa”).
La trama versa entre la rivalidad del cáustico Niki Lauda y el epicúreo James Hunt. Una rivalidad tan enfermiza que culminó en aquel brutal accidente de 1976. Daniel Brühl y Chris Hemsworth están soberbios. Si eliges ver la película doblada en lugar de la versión original subtitulada, tú te lo pierdes.
La tecnología y el dinero han hecho posibles escenas que sólo cinco años atrás no hubieran podido filmarse. Además de ser un prodigio técnico, la película tiene dos puntales más: cuando odias a alguien visceralmente, es porque te reconoces en esa persona, es tu otra cara de la moneda. Una reflexión para anotarse en el diario mental de cada uno.
Y la otra cuestión: Olivia Wilde, Alexandra Maria Lara y un fugaz pero delicioso momento con la británica Natalie Dormer.
Si has visto todas estas películas, un aplauso. Si te falta alguna, ya tienes deberes por hacer.